Para nadie es extraño que Los Mundos estrenen un álbum que dista mucho de lo presentado en trabajos previos, por tal, no me sorprende que en esta ocasión se decantaran por sonidos que volverán a sorprender a más de uno.
La Fortaleza del Sonido es eso, una capacidad de soportar, de sobrellevar algo, ese algo que se convierte a sonidos.
Las letras tienen viajes de allá para acá, pero lo sorprendente es que cada una de ellas tratan sobre temas que conocemos todos (o al menos así lo veo) la sensualidad, la lujuria, la afección, la perdición.
Sin dudarlo, fue lo primero que llamó mi atención de este álbum, su manera de narrar sentimientos, a través de los sonidos y complementando con las letras, se soporta una lujuria que no se alcanza, y un futuro incierto, muy acorde a con lo que vivimos en el día a día y sobre todo en estos tiempos de pandemia; se crea una fortaleza imaginaria con las letras y una fortaleza real con el sonido.
Hablando un poco de estos sonidos, ya conocemos la historia detrás de varias canciones, las grabaciones de baterías que se llevaron a cabo en una mina abandonada. (Si no se saben la historia pásele a la charla que tuvimos con Luis Ángel sobre sus proyectos) Que te dan esa sensación de persecusión por algo que desconoces, algo tan real, que se encuentra tras de ti, que lo puedes sentir hasta en la última de tus células.
A su vez, Luis y “Chivo” siguen experimentando con los sonidos electrónicos y vibrantes, como los que nos presentaron en aquel sencillo llamado Sistemas, además de una onda muy funky en el segundo corte del álbum, y no solo eso, se meten al sonido más espeso del doom con Círculo de Aves, todo esto acompasado de los ritmos entre el krautrock, el shoegaze y más.
Uno de los puntos más fuertes, es la hipnótica voz de Luis en cada una de las canciones, y recalco las baterías grabadas por “Chivo” que son precisas y son las que llevan a las canciones de la mano.
La Fortaleza del Sonido es sin dudarlo un disco completo de pies a cabeza, no hay momento de descanso en él, sin embargo, yo diría que el momento más álgido lo alcanza a mitad del disco, donde todos los sonidos se unen.
La grabación se hizó en Las Dunas Studio, en Monterrey, Nuevo León por Alejandro Elizondo. La mezcla estuvo a cargo de Carlos Hernández y la masterización se llevó a cabo por Matthew Barnhart en Chicago Mastering Service.